domingo, 18 de agosto de 2013

La explosión

Pasado un mes y unos días de que mi vida cambiara para siempre, me dispuse a volver a la escritura. Se que es un medio importante para poder canalizar algo de todo esto.
La madrugada del 16 de julio del corriente año puso una marca de un antes y un después en mi vida. A mi psiquiatra le gusta llamarla "la explosión".
Toda mi vida fui una persona solitaria, que se supo de valer de sí misma para sobrevivir. Desde chiquita, me peinaba sola para los actos escolares, hacía sola mis tareas, estudiaba sola, iba al parque sola. Luego crecí, y en el colegio me sentaba sola, en los recreos no jugaba con nadie, lloraba sola en los baños cuando el bullying se tornaba insoportable. Y fui más grande y me mudé a la ciudad de la individualidad y la soledad: Buenos Aires; donde, por supuesto, viví sola. A la universidad voy sola, preparo los parciales sola, y cuando conseguí un trabajo, el puesto consistía en trabajar sola, brindando atención psicológica a pacientes cuyo mal más profundo y más significativo es uno y solo uno: la soledad.
En fin, mi vida siempre estuvo teñida por un mal, que siempre trate de evitar pero nunca conseguí. La soledad es el mal de la época, una vez me dijeron. Yo creo que al menos es mi karma y lo será para siempre.
Ese martes a la madrugada me disponía a dormir, debía descansar porque al otro día tenía que rendir un final para el cual me había preparado muchísimo. Pero llego el momento de "la explosión", el que nunca creía que llegaría. Siempre pensé que podría vivir así por siempre. Pero no, la angustia comenzó a llenarme el pecho, cada vez más, al punto de no poder respirar. Creí que sería un ataque de asma, enfermedad con la cual nací. Pero el remedio para el asma no funcionaba, debía de ser otra cosa. No podía respirar y la angustia fue tanta que comencé a caminar de un lado al otro de mi casa. Taquicardia, temblores, falta de aire, opresión en el pecho y la maldita sensación de que me estaba muriendo: síntomas horribles de la explosión, de la bomba que estalló. Mi psiquiatrá la llamo: "ataque de pánico".
Desde ese día, dependo de un maldito remedio para poder dormir. Nunca pensé que llegaría a eso. Miedo a la noche, al momento con más soledad del día.
Ahora mismo mi vida está cambiando rotundamente, el ataque de pánico fue un grito de "no puedo más de soledad". Llego el momento en donde la soledad y yo nos vemos las caras frente a frente y no de reojo como hasta ahora. Es hora de ponerse el disfraz de valiente y salir a tropezar, como dicen unos amigos en su música. No queda otra, fue un grito que marcó un antes y un después, acá se ponen en juego tantas cosas de mi vida que el miedo ya es casi intolerable. Pero hay que hacerlo. Debo tomar las riendas de mi vida. Esta vez es la soledad o yo, es una o la otra, pero nunca más las dos. Cueste lo que cueste.


2 comentarios:

NACHO dijo...

Qué ganas de darte un abrazo!!... Soy un poco grandote, fuerte y torpe, quizás mi abrazo sea demasiado bestia, pero ¡QUÉ GANAS DE DARTE UN ABRAZO!.... No estás sola... nadie está solo.... me encantaría hablar con vos (hoy, ahora, mañana, todos los días y cada vez que vos quieras!)..... Buscame que yo me dejo encontrar.... y nos vemos en el medio.
Besos!

NACHO dijo...

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